Ángel Guerra (2008-09-04)
Al cumplirse diez años del encarcelamiento de los 5 jóvenes antiterroristas cubanos en Estados Unidos resulta útil hacer una breve recapitulación. Es fácil comprender que Cuba, en un acto de legítima defensa, necesita de ojos y oídos en Miami por un imperativo de seguridad nacional, toda vez que allí se encuentra la guarida de los grupos terroristas que la han agredido por décadas con la absoluta tolerancia y estímulo de la potencia autoproclamada campeona de la lucha contra ese flagelo.
En junio de 1998 La Habana entregó oficialmente a solicitud de Washington abultadas pruebas sobre los trajines de esos grupos con las que la FBI reconoció sentirse impresionado. Tanto, que lejos de utilizarlas para prevenirlos, tres meses más tarde detenía y enjuiciaba en la ciudad floridana a los integrantes de la red cubana generadora de la información. Mientras, sus agentes se derretían en zalamerías con los personeros principales de la violencia contra Cuba. La ausencia de ética exhibida por el imperio en estos hechos es difícilmente superable en la historia de las relaciones entre Estados, por más adversarios que sean.
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